La brecha entre discurso y
conductas, entre teoría y práctica, tiene ya una larga historia. Es hora de
que, desde la pedagogía asumamos este problema
En el debate sobre la incorporación
de las tecnologías de la información y la comunicación al sistema educativo se
ha puesto mucha atención al tema de la brecha digital. Dicha brecha ha mostrado
un enorme dinamismo. Si bien al principio se expresaba especialmente en el
acceso a los dispositivos tecnológicos, ese factor ha sido desplazado por
brechas más sofisticadas que tienen que ver con el tipo de acceso
(conectividad), con la posibilidad de contar con redes y apoyo técnico en las
escuelas así como con modalidades de uso basadas en la presencia de los
ordenadores en el aula.
Una encuesta reciente para el caso
argentino mostró que el uso de los ordenadores en el aula estaba asociado a la
integralidad del equipamiento tecnológico. El uso en las escuelas que disponían
de ordenadores conectados e internet y a una red interna superaba
significativamente a las que solo disponían de alguno de esos elementos. El
problema radica en que -según los datos de la encuesta- sólo el 33% de las
escuelas cumplían con este requisito.
Pero además de esta brecha que alude
a insumos materiales del aprendizaje, la encuesta y tres estudios de casos de
escuelas secundarias públicas y privadas mostró que con las tecnologías de la
información ocurre lo mismo que con las pedagogías activas. Los profesores
tienen un discurso de adhesión a la incorporación de las tecnologías a la sala
de clase, pero las usan de la misma manera que usan el resto de los recursos
pedagógicos. En definitiva, los datos de estos estudios confirman la hipótesis según
la cual no existe determinismo tecnológico. Las tecnologías se incorporan en
instituciones y en dinámicas de aula que funcionan de acuerdo a ciertos modelos
pedagógicos y de gestión que las tecnologías no modifican. Aquellas
instituciones y profesores que trabajan con modelos participativos potencian su
actividad con el uso de las tecnologías mientras que, al contrario, las que se
desempeñan con modelos verticales tradicionales utilizan las tecnologías para
reforzar dicho modelo.
Estas constataciones abren la
pregunta acerca de otra brecha, propia del ejercicio profesional docente. Es la
brecha que existe entre los discursos teóricos y las conductas reales. Hace ya
bastante tiempo que la literatura al respecto ha mostrado la existencia de una
fuerte disociación entre lo que los docentes asumimos como nuestras teorías
pedagógicas y lo que efectivamente aplicamos en las aulas. La pregunta crucial
pasa por comprender por qué esas teorías no logran penetrar en las aulas,
particularmente en las que pertenecen a las escuelas estatales que atienden a
los sectores sociales más vulnerables.
Las hipótesis al respecto van desde
variables macro sociales hasta variables pedagógicas. Desde el punto de vista
macro social se sostiene que las prácticas pedagógicas activas no se incorporan
a las aulas porque la escuela sigue siendo un espacio de transmisión cultural
que no deja espacio a la construcción personal de los aprendizajes. Desde las
variables pedagógicas, las hipótesis postulan que los profesores enseñan de la
misma manera que les enseñaron a ellos, independientemente del contenido de las
teorías pedagógicas con las cuales se los ha formado.
La existencia de esta brecha entre
discurso y conductas, entre teoría y práctica, tiene ya una larga historia.
Llegó la hora para que desde la pedagogía asumamos este problema. El
constructivismo debería brindar mayor relevancia a la dimensión social,
cultural e institucional en la que tiene lugar el proceso de enseñanza y
aprendizaje. En ese marco, es necesario recuperar el concepto de experiencias
de aprendizaje que John Dewey postulara hace ya varias décadas. Tanto para
la formación docente como para nuestro trabajo en las aulas, el desafío es
diseñar las experiencias de aprendizaje que deseamos que realicen nuestros
estudiantes y que permitan superar la disociación entre adhesión retórica a los
principios de la pedagogía activa y prácticas tradicionales. La incorporación
de las tecnologías puede ser una nueva oportunidad para encarar este desafío.
Deberíamos aprovecharla.
Autor
Juan
Carlos Tedesco
Fuente
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