El aprendizaje cooperativo no tendría que utilizarse solamente en proyectos puntuales dentro de la clase, sino que debería impregnar el quehacer diario en todas y cada una de las asignaturas. Así lo piensa Mª Carmen Bou Martí, docente en el CEIP Penyagolosa de Burriana (Castellón), que repasa en este artículo sus posibilidades y las claves para aplicar esta metodología con éxito.
Como docentes
sabemos la importancia que tiene disponer de recursos y, sobre todo, de una
carpeta de innovación metodológica. Por tanto, hay que reciclarse y
atreverse a improvisar y a probar nuevas formas de enseñar. Y en esa carpeta no
puede faltar el trabajo por proyectos (ABP), aplicar el trabajo
cooperativo, rutinas y destrezas de pensamiento para conectar ideas, opiniones,
experiencias. También son necesarios organizadores gráficos que faciliten
ordenar la información en una línea continua; mapas mentales para asociar
ideas, círculos de punto de vista para que observen y expresen aquello que
piensan, etc. Y, por supuesto, el aprendizaje cooperativo y las técnicas que
facilitan su puesta en escena en el aula, así como la asignación de roles en
cada equipo.
De hecho, el
aprendizaje cooperativo no debería utilizarse solamente en proyectos puntuales
dentro de la clase, sino que debería impregnar el quehacer diario en todas y
cada una de las asignaturas para darles significado y funcionalidad. Es decir,
que esta metodología debería ser la protagonista para poder trabajar de manera
globalizada, interdisciplinar y sobre todo, cooperativa.
El trabajo cooperativo
Cooperar implica
trabajar, pensar, decidir y construir el aprendizaje conjuntamente. El lema
debería basarse, en mi opinión, en una idea con perspectiva vygotskyana: “Aprender
con los demás y de los demás”, haciendo referencia a ese andamiaje tan
necesario para dar sentido al proceso de enseñanza-aprendizaje.
Sin embargo, todo
este planteamiento que parece ideal, no es para nada sencillo. Aplicar el
trabajo cooperativo ligado al uso de metodologías activas, CLIL (Content and
Language Integrated Learning) para aprender una segunda lengua de manera
natural y lidiar con la multiculturalidad y tener la oportunidad de interactuar
con otras culturas teniendo en cuenta las inteligencias múltiples de H. Gardner
sin olvidarse del uso de las TIC, es un cóctel muy potente que necesita saber
cómo elaborarse para que sea eficaz.
El trabajo
cooperativo es una forma de organizar contenidos, rutinas, procesos y técnicas
de aprendizaje muy acertado si tenemos en cuenta las diferentes maneras en que
aprenden los niños. Cada equipo está formado por cuatro o cinco personas, cada
una con un rol asignado y una manera de trabajar muy bien organizada para
adquirir unos objetivos planteados por todos.
De esta forma, se
fomenta la responsabilidad, la autonomía, la competencias básicas, sobre todo
la de ‘aprender a aprender’ y el gusto por el trabajo bien hecho. Se intenta
que los grupos sean heterogéneos y que la aportación de cada uno de los componentes
del equipo sea la máxima.
Una realidad compleja con obstáculos
Y aquí viene la
gran reflexión: todo esto es lo deseable pero la realidad no se corresponde
muchas veces con todo lo planteado. ¿Por qué? Porque influyen muchos factores:
falta de recursos, poca formación por parte de los docentes, poca implicación o
interés por parte del alumnado o bien del profesorado reacio a cambiar su
metodología en el aula, ratios muy altas, solo una figura docente en el aula,
etc… que son fundamentales para que esta manera de trabajar marque la
diferencia o no.
En realidad, que
haya diferencias o distintas necesidades educativas, no es un problema. Esa es
la realidad en nuestras aulas.
Partiendo del hecho
de que en cada equipo hay personas con inquietudes y valores diferentes, esta
manera de organizar los contenidos y los aprendizajes, favorece la relación
entre iguales. Además, ayuda a que entiendan que muchas veces las cosas no son
como uno cree y que si escuchamos y dialogamos, podemos aprender más y mejor.
Así pues, factores
como la responsabilidad o la implicación personal son determinantes para conseguir
nuestro objetivo. En un mismo equipo hay personas más responsables, más
cómodas, más nerviosas, unas aportan ideas, otras se dejan llevar, algunas
personas cooperan y ayudan, otras no facilitan que el trabajo fluya y delegan
en alguna otra persona para que saque adelante el proyecto. Los docentes han de
tener mano izquierda para poder resolver este tipo de conflictos que surgen si
queremos tener éxito.
El papel del docente
Los maestros y las
maestras somos referentes y hemos de planificar las sesiones para hacer posible
que el nivel de implicación del alumnado sea decisivo, que estén motivados, que
se sientan únicos e importantes. Hemos de supervisar, guiar, mediar, estimular,
ayudar y hacer posible que se sientan a gusto. En el caso que se detecte un
problema, hay que actuar, orientar para que el propio equipo sea capaz de
resolverlo.
Por lo tanto, la
diversidad no es el problema. Al contrario, la diversidad enriquece y facilita
que aprendamos juntos lo más importante de todo: a ser mejores personas,
personas más tolerantes, más respetuosas. Cuando en el aula detectamos alumnado
con problemas de aprendizaje tenemos claro que hay que organizar, adaptar,
simplificar el currículum, los contenidos y los objetivos de manera que estos
niños y niñas lleguen al mismo punto y no sientan que no pueden. En el caso de
alumnado con altas capacidades, estudiantes curiosos de aprendizaje, con
inquietud por aprender, hay que escucharlos, guiarlos y ayudarlos para que sean
capaces de solucionar cualquier imprevisto.
Por ejemplo, hay
quienes trabajan muy bien, están muy motivados pero a la hora de trabajar de
manera cooperativa, no tienen paciencia o no saben cómo lidiar con compañeros
que, desde su punto de vista, no trabajan igual o no aportan al grupo lo
suficiente. En verdad, no saben cómo gestionar estas situaciones. Que sean
inteligentes no significa que dominen las habilidades sociales o que sepan cómo
solventar un problema entre iguales. Así que también necesitan estar atendidos
y sentirse comprendidos para ayudarles a solventar el problema que tienen en
ese momento. Nos necesitan y negarlo sería un error.
En definitiva, los
niños que llenan las aulas tienen personalidades distintas, habilidades y
talentos diferentes y maneras distintas de aprender. De ahí, la necesidad
justificada de que haya dos docentes en el aula. Dadas las ratios tan altas, la
escasez de recursos, la presencia de dictámenes en el aula y necesidades
educativas especiales, problemas de actitud, entre otros, dos figuras docentes
que compartan la misma responsabilidad y que se coordinen en el aula, sería una
medida muy conveniente para tener éxito en la tarea docente.
Hoy en día, el
trabajo cooperativo está implícito en el mundo laboral. Por tanto, si enseñamos
a nuestro alumnado a trabajar así desde bien pequeños, el día de mañana,
tendremos jóvenes y adultos con perspectiva, con mente crítica, con inquietud,
implicados en la sociedad y con capacidad para solucionar conflictos de
manera eficaz mediante la palabra, el diálogo y el sentido común. En realidad,
son aspectos que hacen mucha falta en nuestra sociedad actual. Sin lugar a
dudas, los docentes tenemos la profesión más bonita del mundo.
Por
EDUCACIÓN 3.0
Fuente
https://www.educaciontrespuntocero.com/noticias/aplicar-el-trabajo-cooperativo/
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