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jueves, 28 de julio de 2016

EL FACTOR OLVIDADO EN LA CONVERSACIÓN SOBRE EQUIDAD

Normalmente, no se atribuye al profesor el rol de desarrollar la inteligencia de sus alumnos, pero si pensamos en cómo es alguien inteligente, veremos que es quien tiene buen pensamiento: asocia ideas, identifica patrones, resuelve problemas creativamente, analiza las variables de una situación compleja, empatiza y visualiza una situación desde otra perspectiva, argumenta, sintetiza, tolera la incertidumbre cuando la solución no llega rápido, lee comprensivamente, aprovecha los recursos de manera óptima, reflexiona y transfiere ideas entre distintos escenarios.

Todas estas habilidades se pueden enseñar en forma explícita en la escuela, integrándolas en una asignatura. Por ejemplo, un profesor de historia puede enseñar a sus estudiantes a analizar las causas de la Segunda Guerra Mundial y luego a encontrar un patrón que explique las causas de otras guerras o revoluciones.
También puede enseñar a sus alumnos a evaluar la confiabilidad de las fuentes de información o a analizar críticamente las razones de Truman para lanzar la bomba atómica. Si las habilidades asociadas a la inteligencia (o al buen pensamiento) se pueden enseñar, entonces la inteligencia es “aprendible”, modificable y, por lo tanto, incremental.
Carol Dweck, profesora de la Universidad de Stanford, quien ha teorizado exhaustivamente sobre estos temas, explica que las personas pueden tener dos mentalidades respecto a la inteligencia: creer que es fija o creer que es incremental.
De acuerdo a sus investigaciones, aquellos que creen que la inteligencia es fija (que se nace con ella y poco podemos hacer para incrementarla) tienden a atribuir sus experiencias de fracaso a su escasa habilidad y  asociarlos a una debilidad ajena a su control (“yo soy así”, “todos en mi familia somos así”).
A su vez, esto conduce a evitar las oportunidades que pueden conducirlos a fracasar, lo que impide su aprendizaje posterior. Por ejemplo, si un niño de primero básico se convence de que es “malo” para aprender matemática porque le falta inteligencia y con eso se nace o no se nace, es muy probable que deje de trabajar en clases y que, en consecuencia, sus resultados sean efectivamente tan bajos como él espera. Este niño se siente de manos atadas, es “malo” para los números y no hay nada que pueda hacer para evitarlo.
Por el contrario, las personas que creen que la inteligencia es incremental tienden a perseverar después de los fracasos porque consideran que el esfuerzo y la práctica pueden conducirlos a aumentar sus capacidades y que mientras se esfuerzan su cerebro está haciendo nuevas sinapsis, tal como lo demuestra Dweck en uno de sus experimentos.
En el mismo ejemplo, si este niño atribuyera sus bajos resultados en matemática a su falta de estudio, y no a su falta de capacidad, entonces se esforzaría por trabajar más hasta conseguir los resultados que sueña.
Creer de verdad que la inteligencia no es algo fijo, sino algo modificable tiene importantes consecuencias dentro de la sala de clases. Un profesor con mentalidad de inteligencia incremental aplaude el esfuerzo de sus estudiantes (“bien, se nota el estudio”), más que sus talentos (“usted es tan inteligente”) y no etiqueta a sus estudiantes de acuerdo a los resultados que obtienen en la prueba de diagnóstico (“no hay caso con este niño”), sino que está atento a lo que necesita cada uno para conseguir resultados exitosos (“Juan necesita practicar más la carrera con obstáculos”, “quizás Ana comprendería mejor la estructura de un ensayo si participara en un debate”).
Tan necesario como que los profesores se convenzan de que sus estudiantes pueden aprender, es que tengan las herramientas para enseñarles. Todos los profesores pueden potenciar la inteligencia de sus estudiantes, si han aprendido cómo hacerlo. Este es un excelente desafío para quienes serán mentores de profesores novatos y para quienes imparten instancias de capacitación docente.
Muchos excelentes profesores han sido testigos de cómo cambia la creencia de los estudiantes sobre su propia capacidad cuando viven la experiencia de que su inteligencia es modificable.
 “¿Sabe, profe? Yo nunca había entendido cómo se ponían los tildes hasta ahora, trataba de ‘achuntarle’ pero nunca me salía”. Descubrir que lo que siempre habían considerado cierto de pronto se derrumba tiene consecuencias enormes para el aprendizaje. Todas las barreras que los anteriores fracasos habían levantado se desvanecen y en su lugar aparece un inmenso paraíso de posibilidades.El estudiante que aprende lo que nunca creyó que aprendería se siente capaz de aprenderlo todo. Qué importante es que encuentre en ese momento a otro excelente profesor.
El debate público ha tocado muchas veces el problema de la equidad en educación, el de cómo brindarles a todos los estudiantes chilenos el acceso a las mismas oportunidades. Creo que el principal factor de equidad es la promoción de la inteligencia de nuestros estudiantes y la enseñanza de habilidades y actitudes que harán de ellos ciudadanos pensantes y participantes, independientemente del lugar en que hayan nacido.
Sabemos que el talento se reparte sin mirar de qué material está hecha la cuna y que las diferencias futuras se explican por cuánto se ha potenciado y pulido ese talento inicial. Autores como Reuven Feuerstein y David Perkins han estudiado estrategias de enseñanza que incrementan la inteligencia de los estudiantes y fomentan su aprendizaje.
En Chile hay también investigación y resultados en esta línea, por ejemplo, en el trabajo de Cecilia Assael, miembro del Centro de Desarrollo Cognitivo de la Universidad Diego Portales. Un estudio de la Universidad reportó que las estudiantes que habían participado en su Programa de Enriquecimiento Instrumental—basado en las teorías de Feuerstein—durante séptimo y octavo tenían un rendimiento entre un 19% y un 41% superior a lo esperado para su edad.
Para hacer justicia a nuestros estudiantes, solo falta decidirse y demostrar consecuencia. Hagamos que la promoción de sus capacidades sea verdaderamente prioridad en la sala de clases. Los profesores podemos más y somos capaces de aprender, eso no está en cuestión.



27 de julio de 2016 /
Por: Josefina Santa Cruz /
Fuente: http://opinion.cooperativa.cl/

viernes, 31 de mayo de 2013

Mediadores: figuras de conciliación y equidad

¿Qué es la mediación? Hace algún tiempo, para reparar situaciones derivadas de la violencia se requería ¡Más violencia! Y no era esperable que se eliminara la raíz del mal. Hoy en un marco de búsqueda de mejor convivencia, la mediación surge como una herramienta más eficaz ¿En qué consiste? ¿Cuáles son sus características?


La mediación se refiere a la solución de un conflicto utilizando medios pacíficos y, por lo tanto, se considera como una institución fundamental para la cultura de la paz. Así, la mediación se convierte en un medio alternativo para enfrentar asuntos del orden civil, familiar y penal, tanto en el ámbito nacional como internacional.

Al ser la mediación una manera pacífica y colaborativa de enfrentar un conflicto, éste es visto como algo intrínseco de la naturaleza humana que puede brindar la oportunidad de crecer y ser mejor, y no como algo negativo. En la mediación se busca que las dos partes ganen.

No obstante, el proceso de mediación necesita de algunos requisitos para lograrse. Primero, debe ser voluntaria, es decir, la decisión es exclusiva de los mediadores; y segundo, supone el total reconocimiento del “otro” como un sujeto de derechos y obligaciones y, en el caso de los niños y las niñas, su estatus de sujetos de derechos expresado en la Convención Internacional de los Derechos del Niño.


La mediación toma un giro particular cuando se trata de un conflicto interno en una familia y, en especial, cuando hay niños involucrados. En este sentido, es necesario preparar a los implicados en el proceso educativo de los niños y las niñas para enfrentar un conflicto y resolverlo por medios pacíficos.


Es preciso recordar que las relaciones humanas no sólo son asertivas, también incluyen un ingrediente de disputa, el cual debe enfocarse adecuadamente. Por lo tanto, profesores y todos aquellos involucrados en el ámbito educativo no pueden sustraerse con facilidad de un conflicto, incluso de un asunto tan delicado como el caso de maltrato infantil.


El caso del maltrato infantil
Comúnmente, cuando se separan los padres en una familia, ésta sufre una crisis y una serie de cambios que en su mayoría impactan de manera negativa en los hijos. De hecho, se considera que para los niños la separación de sus padres constituye la crisis más importante de sus vidas, y en muchos casos, el divorcio implica formas subrepticias de maltrato infantil que es necesario detectar por medio de un enfoque interdisciplinario en áreas como medicina, psicología, derecho y trabajo social, y con ello lograr un diagnóstico adecuado que encauce favorablemente a los hijos en el proceso de separación de los padres. Con frecuencia se desconoce el maltrato, pero sin duda es aquí donde el papel de los mediadores es imprescindible para tomar decisiones que favorezcan al niño y contar con información que aporte datos para la elaboración de políticas públicas sobre el maltrato infantil.

El maltrato infantil tal vez no lo desencadene la decisión de separación de los padres, pero si previamente existe la situación de maltrato, ésta se agrava de manera notable al agudizarse el conflicto entre los cónyuges. Es un hecho que el síndrome de alienación parental (SAP) es una respuesta del contexto familiar típica del divorcio, en la cual el niño resulta alienado respecto de uno de sus progenitores y acosado con la denigración exagerada o injustificada del otro progenitor.

El caso del SAP se advierte cuando: “Los intentos de cualquier progenitor para impedir, obstaculizar o destruir los vínculos de los hijos con el otro padre tienen graves consecuencias para los hijos. Es una forma grave de maltrato y de abuso infantil”, explica el psicólogo Julio Bronchal, autor del estudio “Atentados en contra del vínculo de los hijos con el padre no custodio: el síndrome de alienación parental”.


Un caso típico de este síndrome suele seguir el siguiente esquema: el progenitor que ostenta la custodia de los hijos, normalmente la madre, abusa de su posición e influencia sobre los niños para torcer sus sentimientos hacia el otro padre, destruir, sabotear y dificultar las normales y necesarias relaciones de los menores con el otro progenitor.


En este punto es importante señalar que el concepto de familia no se circunscribe exclusivamente a las relaciones conyugales, sino que abarca las funciones parental, filial y fraternal. Todos representan relaciones emocionales muy cercanas: exesposos, padres, hijos y hermanos, e incluso parientes de la familia extensa, como es el caso de los cuidadores. En este sentido, la función del mediador es de facilitador, pero no sólo de los cónyuges, sino de todos y cada uno de los miembros de la familia.

Con frecuencia, los hijos son justamente los ausentes en los procesos de separación de los adultos. Los hijos, aun como menores de edad, están involucrados por completo en los conflictos de los adultos, y su forma de participación dependerá de su edad, nivel de madurez y del contexto en que se encuentren. Aquí adquiere relevancia particular la función del mediador.


La mediación requiere un desarrollo ordenado que incluye la documentación expresa de procedimientos y pasos que deben seguirse con el fin de dar objetividad, certeza y confianza a este tranquilizador de su nuevo entorno. Las reacciones de los niños muy pequeños a las experiencias traumáticas tienen como componente normal la hiperexcitación, con intranquilidad, trastornos del sueño, irritabilidad, sobresaltos excesivos y evitación.


Es importante difundir con mayor precisión el criterio de que la violencia debe considerarse como una agresión generadora de trastornos de la salud en niños y jóvenes. Este criterio se sustenta en el concepto de que la salud es un proceso dinámico y complejo, influido por una multiplicidad de factores que la determinan.


Los medios de comunicación y la opinión pública mundial han insistido en el peligro de un aumento generalizado de la violencia de parte de niños y, sobre todo, de adolescentes. En consecuencia, esta preocupación se relaciona con la atención de niños y adolescentes en relación con los trastornos de salud que originan violencia.


La mediación familiar aporta la oportunidad para sustentar una opinión más amplia con una visión multicausal, y así posibilitar la aplicación de estrategias de prevención interdisciplinarias. El derecho penal está lejos de representar una solución para conflictos familiares, como es el caso de la separación o quiebre afectivo dentro de una familia, sobre todo porque su carácter coercitivo contradice el propósito de reivindicar a los sujetos de la mediación. La coerción, en general, no soluciona los problemas del maltrato de los niños en ninguna de sus formas, y sólo debe usarse como último recurso. La reforma del Estado y, en particular, la reforma del Código Penal y del Código de Procedimientos Penales, debe apuntar de manera preferente a la prevención, por lo que es conveniente enriquecer todas las normas de carácter civil y administrativo y, sobre todo, procurar que se homologuen los contenidos de los tratados, convenios, acuerdos, e incluso de protocolos, resoluciones y declaraciones del Derecho internacional, con los del Derecho interno.


En la medida en que la niñez de nuestro país alcance una garantía segura de la protección de todos sus derechos en la práctica, en esa misma medida la mediación tendrá el lugar que le corresponde en la consecución de cultura de la paz y del respeto a la dignidad humana.


Características de la mediación
          La confidencialidad es fundamental para los niños cuando éstos participan en sesiones donde no estén los padres, lo cual debe ser explícito para todos los participantes, atendiendo de manera prioritaria las necesidades de los hijos y evitando el conflicto de lealtades con los padres. Sólo se consideran dos excepciones para esta característica: delito grave y abuso infantil, las cuales sí deben denunciarse y no son compatibles con la continuación de la mediación en razón de la gravedad del maltrato.

          La neutralidad es necesaria para el éxito de la mediación, pero no se puede ser neutral con los menores si a éstos no se les invita al proceso. Una neutralidad activa requiere de la presencia de todos los involucrados. La neutralidad opera con respecto a los padres, pero siempre debe tomarse partida a favor de los niños.


          La responsabilidad del mediador consiste en propiciar un plan para el futuro de los hijos. El hincapié en el trabajo con los hijos, tanto del mediador como de los padres, debiera centrarse en que no tiene ninguna responsabilidad en la decisión de separación de sus padres, y en precisarles que así como ellos no influyeron en esa decisión, tampoco son responsables ni capaces de revertir el proceso. Informar a los adultos sobre los derechos de los niños y prever la satisfacción de sus necesidades es una función que el mediador no puede obviar.


          La equidad abarca no sólo los aspectos materiales de la separación de la pareja, sino que debe incluir la calidad de las oportunidades para ambos progenitores y para cada uno de los hijos.




Extraído de
La mediación educativa en situaciones de conflicto
Alejandro Guerrero
En
Alas para la equidad. Órgano informativo del Consejo Nacional de Fomento Educativo,
Año 4, No. 38, marzo-abril, 2012


sábado, 24 de noviembre de 2012

La justicia social como igualdad y equidad

¿Igualdad y equidad son sinónimos? ¿En qué se diferencian en el contexto de la Educación? ¿En qué consiste el paradigma de la igualdad? ¿Y el de la equidad? ¿En qué consiste "actuar con equidad"?




Justicia, igualdad y equidad, a menudo empleados indistintamente, conceptualmente se enmarcan en la actualidad de paradigmas diferenciados. Si desde el paradigma de la igualdad todos los individuos deben siempre recibir el mismo tratamiento; desde el marco de la equidad los individuos son diferentes entre sí y merecen, por lo tanto, un tratamiento diferenciado que elimine o reduzca la desigualdad de partida. La contraposición es manifiesta cuando, desde el marco de la equidad, el tratamiento desigual es justo siempre que pueda beneficiar a los individuos más desfavorecidos. La universalización está vinculada al paradigma de la igualdad: todas las personas son iguales ante la ley, mereciendo los mismos derechos y recursos. Sin embargo, como destacan Medeiros y Diniz, actuar con equidad, de modo simplificado, supone revertir desigualdades injustas de modo focalizado y diferenciado en los casos que se presentan y tratar igualmente a todos cuando no hubiera desigualdades.



Muchas teorías de justicia distributiva adoptan elementos del paradigma de la equidad en su formulación. Así, la conocida regla de Marx “de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”; o, como vamos a ver posteriormente, el “principio de la diferencia” de Rawls se basan en la idea de que individuos desiguales deben ser tratados de modo desigual para que dicha desigualdad sea reducida. En el ámbito educativo, como se comentará, la igualdad de oportunidades es expresión del primero, determinadas propuestas compensatorias lo son de la equidad. Sin embargo, en la práctica y desde las teorías de la justicia, como se verá, el asunto no es simple, como si se pudiera contraponer de modo general uno a otro. Se puede defender, como hace Rawls, una igualdad en la distribución de algunos bienes primarios y equidad en la distribución de otros, aplicándose uno y otro a esferas o conjuntos de bienes distintos.



La igualdad, entendida de modo simple, como “entre todos en todo”, sería la igualdad formal reconocida en Derechos y constituciones, pero difícil de defender de manera sensata (salvo utopías, o frente a situaciones de radical desigualdad) que la igualdad sea en todo. La igualdad en el tratamiento se basa en la regla simple de distribuirse fracciones iguales de recursos a todas las personas, por lo que hay poco a explorar sobre sus mecanismos de funcionamiento. El debate más interesante, como ha destacado Norberto Bobbio, es cuando se especifica ¿entre quiénes? y ¿en qué? Justamente la cuestión ¿igualdad, en qué? ha dividido las respuestas: igualdad de todos en la libertad (Liberalismo), igualdad entre todos en los bienes primarios básicos (Rawls), en las capacidades (Amartya Sen), en los recursos (Dworkin), en la satisfacción de necesidades (Singer). Aquello que se pretende distribuir es lo que deba ser objeto de un tratamiento equitativo.



Por su parte, el discurso de la equidad ha emergido con fuerza, a partir de la obra de Rawls, como una noción más compleja que trata de superar que una igualdad estricta (a todos según su mérito, al margen de la situación de partida) sea justificable. En efecto, evocar la “equidad” y no la igualdad supone que determinadas desigualdades, además de inevitables, deben ser tenidas en cuenta, pues –como dice Sen – “el hecho de considerar a todos por igual puede resultar en que se dé un trato desigual a aquellos que se encuentran en una posición desfavorable”, por lo que es preciso ir más allá de la igualdad formal. La equidad es, pues, sensible a las diferencias de los seres humanos; la igualdad se refiere a iguales oportunidades a un nivel formal. Así, la igualdad formal de acceso a la educación, equitativamente, debe ser compensada para garantizar una igualdad de oportunidades, apoyando con mayores recursos a los grupos en desventaja. Se trata de modo “desigual” para restablecer la equidad. Una justicia social en educación debe tender a la equidad (repartir los medios para favorecer a los desfavorecidos), no a la distribución igualitaria de recursos entre todos los alumnos. En suma, la equidad en educación gira la cuestión de la justicia educativa a cómo resuelve la situación de los peor situados, en una redistribución proporcional a las necesidades. Por lo demás, en sentido general, la justicia como equidad es un sistema social basado en criterios que todos puedan aceptar desde una posición de igualdad.



Determinados servicios públicos, como el acceso a la educación, han de ser asegurados indiscriminadamente. En otros, sin embargo, se ha de actuar de modo focalizado según necesidades o grupos. No deja de estar sujeto a discusión su implementación: por ejemplo, si los libros de texto u ordenadores portátiles han de ser distribuidos a todos, sin discriminación. También la respuesta, en ocasiones, depende de factores de desarrollo económico, como los recursos disponibles para su distribución. Por eso, la distribución entre necesidades y recursos es compleja y los principios de igualdad y equidad no debieran mantenerse como absolutos, pudiendo alterarse según los procesos en juego a lo largo del tiempo. Pero cuanto mayor es la escasez y la desigualdad entre las personas, más importante es la aplicación de criterios de justicia social de los recursos públicos. El derecho a la educación está vinculado, como universalización, al paradigma de la igualdad; por su parte, asegurar el éxito educativo para todos se asocia al paradigma de la equidad. La discusión, en cualquier caso, está en cómo entender la “igualdad de oportunidades”, desde la insuficiencia de la igualdad formal a las exigencias de la equidad.







Extraído de
Justicia social y equidad escolar. una revisión actual
Antonio Bolívar
REVISTA INTERNACIONAL DE EDUCACIÓN PARA LA JUSTICIA SOCIAL
VOLUMEN 1, NÚMERO 1
Justicia social y equidad escolar. Una revisión actual, 1(1), 2012, pp. 9-45
http://www.rinace.net/riejs/numeros/vol1-num1/art1.pdf



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